Nacido en Madrid en 1956 (en unos días me calzo los sesenta tacos), aunque de ascendencia sevillana (ya sé que muy sevillano no parezco).
Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Madrid, intenté por dos veces opositar, a principios de los años ochenta, a profesor de Instituto, sin conseguirlo (todo hay que decirlo: tampoco tenía mucha vocación). Devine entonces en librero, como parte de mis muchos hermanos. Y ahí sigo, despachando (cada vez menos) libros. Llevo cuarenta años bien acompañado por Esperanza y hemos sido capaces, mal que bien, de trastear con tres hijos.
La poesía, ese prodigio, lleva acompañándome toda la vida. ¡La soledad de la lectura y la escritura poética redimen de tantas cosas! Hasta la fecha he publicado seis libros: Como un naufragio; Palacio; Poblar un mundo; Mira; Reunión (las cosas que me digo) y, muy reciente, Edad propia (o libro de las incertidumbres). Otros esperan su publicación y algunos otros no verán nunca la luz.
Soy director de la Asociación Cultural Carmen Merchán Cornello/Cazalla de la Sierra, que convoca el premio de poesía del mismo nombre, ahora en su Decimocuarta convocatoria.
Actualmente me encargo de la Librería de la Facultad de Derecho de la UCM (libder@der.ucm.es)
Textos: Eduardo Merino Merchán
Como quien dice muerto
Hay una voz que ronda la tragedia
y una espina que la cruza
y yo me estoy quedando aquí
como quien dice muerto
y sin apenas aliento
como llorando sangre y llanto
como escupiendo muerte y espuma.
Como soñando con vosotros y contigo
- sobre todo contigo
que tienes el color vuelto hacia atrás-
mientras yo estoy aquí atrozmente
como quien dice muerto
y asustado aunque como riendo
y como soñando
y como llorando
sangre
y llanto
trágicamente como diciéndoos adiós
- como quien dice muerto-
adiós y hasta la próxima curva
infinitamente cerrada:
final de aliento.
La ropa de los muertos
La ropa de los muertos luce costuras
que no ha borrado el tiempo
y manchas amables que tatúan
los recuerdos de quien las ha heredado
y las pasea por ellos por la avenida oscura
y el callejón luminoso de la vida
con la certeza limpia de llevarlos consigo
al lugar donde los rostros se insinúan.
Por eso cuando me pongo
el jersey azul de mi amigo
la camisa blanca de mi hermano
y la sonrisa clara de ambos
los llevo por la vida
con una nueva luz que los protege
como una esfinge antigua que acabara
de reemprender al alba su camino.
Y por eso de vez en cuando acudo
al abrigo gastado de mi padre
a su sombrero eterno en el perchero
y al pañuelo que protegió su voz
sola y vencida al fin en la penumbra.
La ropa de los muertos es como un golpe
de paz en la trastienda del dolor
y una luz que se incendia lejana
en una ventana sin secretos
y llena de deseos.
Poema con gorriones
(Tras pasar un fin de semana en Piedrabuena
con Paco Caro y Mari Carmen; y tras volver a
leer el poema Pájaros y sacos, de J. Margarit)
Me acogen en su casa dos amigos
y en su patio lleno de luz y verde
se refugian juntas la voz
sincera y amable del poeta
que allí esgrime su quehacer certero
y las voces revoltosas y secas
de una alocada bandada de pájaros
que hacen nido en el alto
ciprés del tiempo.
Juntas se hacen compañía
y juntas son la azada
que empuja a las palabras
a repoblar con riesgo
el mundo de significados.
Hay horas en la vida
en que un hospitalario patio
y una casa de pueblo con amigos
y un puñado de versos
y la densa niebla de los gorriones
llenan al amparo de la amistad
el forjado para el refugio
de una breve felicidad
generosa y profunda.
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