Marisa González

Nació en Madrid y, desde edad muy temprana, se sintió muy inclinada hacia la literatura. La lectura es una de sus principales aficiones, así como el arte en general (pintura, música, teatro, cine, arquitectura, escultura) y todo lo relacionado con la creatividad.

Reside en la localidad madrileña de Alcorcón y, desde principio de 2006, pertenece a la asociación Literaria “verbo Azul”, radicada en el mismo municipio, en donde realiza las funciones de tesorera y donde comenzó a escribir.

Actualmente colabora en la revista semestral “La Hoja Azul en Blanco” y en sus antologías narrativas, ambas publicadas por “Verbo Azul”.

En 2008 le fue concedido un accésit en el Certamen de Narrativa “Manuel Romero, convocado por la Agrupación Extremeña de Alcorcón.

Otras de sus aficiones es realizar obras de esmalte al fuego sobre metal, siendo la creadora y diseñadora de “El Estribo”, trofeo que la Asociación “Verbo Azul” otorga a los ganadores de su Certamen Literario Anual, en las categorías de Poesía y Narración.


Textos: Marisa González

Foto: Juan José Alcolea


EN LA MADRUGADA

A mi Champán “El Persa”
Julio 2.007


Como un cuchillo desgarró la madrugada aquel quejido de dolor, seco y acerado, como la línea que divide la tranquilidad y el desasosiego.

Mi estado onírico estalló en un escalofrío que me recorrió las venas, al percibir el anuncio de una visita irrechazable, solemne, pero indeseada.

Según me dirigía al lugar donde el sonido nació, iba estremeciéndome pensando si la dama causante de mis temores, estaría de camino todavía o habría llegado ya.

La Luna se ocultaba tras los visillos del alba y quise ver su espejo de la noche más sombrío, más triste; uno de sus admiradores, cliente incondicional iba a dejarla de acompañar para siempre; venía a buscarle la protagonista de la vida y ella no admite retrasos.


La aureola de dolor que arrastraba, hacía que la viera acercarse atamborilada, resonante, con paso seguro.


Su manto opaco oscurecía la aurora; la incertidumbre se convirtió en certeza y tuve que agradecerla que me permitiera entregárselo de mis brazos, calmado y pacífico, arropado con el calor de mi cuerpo y no me lo arrebatara de cuajo, porque él cuando me llamó quería decirme: “Ven deprisa, no puedo detenerla más.”

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Qué sería de nosotros, los humanos, si nos faltara la propiedad de llorar y la facultad de reír.
La comunicación con nuestros congéneres lleva aparejada la expresión de los sentimientos a través de la carcajada en situaciones de alegría, unas lágrimas al emocionarnos ante la honestidad, el valor, el dolor, pero en muchas ocasiones desaprovechamos estos privilegios de nuestra especie para emplearlos en sentido contrario a lo que podrían significar.
Los animales son sinceros en su comportamiento, no tratan de engañar, son generosos y agradecidos sin dobleces; pueden producir la satisfacción de sentirnos acompañados, sin que se ocasionen fallos de convivencia. Al quererlos no existe el recorrido hacia el no quererlos, como se experimenta en las relaciones humanas que, en ocasiones, no sabes ni cómo ni cuándo empieza el declive.

¿Quién no ha visto, tras una caricia enlazada a una sonrisa, la sombra de una traición?
¿Quién no ha percibido, al comprobar como resbalan por las mejillas unas lágrimas “espontáneas” la falsedad de lo contado?

De ellos, no echas de menos la risa ni el llanto; no les hace falta, su presencia es única y, al dejarnos, queda un vacío que sólo puede llenarlo su ausencia.


CARA DE “ÁNGEL”

Sebastián abrió los ojos aquella mañana pensando en la nueva vida que se le planteaba, en realidad no sabía si la quería o no, pero también era verdad que no había otra elección.

El poco cielo de Madrid que veía tras las hojas de la ventana, era tan azul y luminoso como siempre. Este Madrid y su cielo, pensó que quizás debería irse a vivir allí, ya era hora, le estarían esperando muchos de los que formaron parte de su vida, pedazos de ella que se fueron a medida que desaparecían los seres queridos.

¿Qué hago yo aquí?, se preguntó Sebastián, a sus hijos les estorbaba. El uno, Anselmo, desapareció un buen día después de estar casado quince años con una mujer tan fea sí, tan fea y tan redicha que, sinceramente, no sé cómo aguantó tanto, ni sé por qué se casó con ella, nunca me lo explicó. Un chaval tan guapo, tan culto, o al menos eso decían las amigas de Marta cuando venían a casa.

Marta, pobre hija mía, su marido un tipo muy bueno y muy trabajador, pero en cuatro años la hizo cuatro hijos, dos de ellos mellizos, un auténtico semental, si no hubiera sido porque Marta siempre fue débil y delicada de salud y las tres cesáreas que tuvieron que practicarle, aún seguiría pariendo. Hay que reconocer que para remediar estos casos, la Ciencia ha avanzado mucho.

Cuantas cosas, pensaba Sebastián, ni siquiera el pequeño, Matías, había tenido suerte. Un soñador bohemio que le robó la juventud y sobre todo su libertad una cálida noche de verano, cuando ebrio de emociones y deseos creyó alcanzar los destellos plateados de la Dama blanca y transparente que reside en lo alto del firmamento, encadenado a la mano del Niño alado, que con una flecha envenenada, sin piedad, le hirió de muerte. Ya no levantó cabeza, tan amigo se hizo de la Señorita Plateada que no podía dejarla de ver ninguna noche, y cuando ésta libraba creía que se había confundido de Cuarto y salía a buscarla igual. Regresaba tambaleándose y en tales condiciones que llegué a pensar si alguno de sus amigos de andanzas le habría hecho una brújula para encontrar la casa.

De repente Sebastián oyó un ruido fuera de la habitación; fijó los ojos en la puerta y vió como ésta se abría de par en par. En el centro apareció una figura luminosa, que se acercaba hacia él despacio, muy despacio y al llegar a la altura de su cara, se inclinó. Sebastián pudo ver que sus ojos tenían el color de ese cielo de Madrid y el Sol le había prestado unos cuantos rayos que caían en forma de rizos a lo largo de sus mejillas, uno de ellos casi le rozaba la nariz; además venía envuelta en una nube muy blanca, tanto como el algodón.

Sebastián suspiró y sonrió, estaba claro que aquello tenia toda la pinta de ser el Cielo, porque esa cara, no había duda, era de un Ángel.


EL MEDIO AMBIENTE

Desde el balcón de la habitación podía verse casi todo el pueblo. Esa perspectiva daba un aspecto abigarrado a las diferentes casas, unas con jardín, otras con corral, formando un conjunto de oasis moderno en tonos gris, ocre, enladrillado, entejado, en definitiva como una urbe diminuta, con complejo de pueblo subestimado.

Así parecía que Rufo, el Alcalde de la localidad, definía a San Cogolludo de Enmedio. Sí, ese era el nombre, del cual hay que aclarar varias cosas. Lo de “San” Cogolludo se debe a un anterior Alcalde que al ver a todos los pueblos de alrededor con santos al nombrarles, pensó que por qué no podía haber un santo llamado Cogolludo, tan abundante como era el Santoral, por lo cual decidió anteponerle el “San” y, sin más, empezó a llamarse como ya sabemos.

El adverbio de lugar que lo termina de definir - el cual se escribió unido para que fuera una sola palabra - , no podía calificarlo mas exactamente. El pueblo se situaba – en medio de dos ríos - , - en medio de cuatro pueblos – y – en medio de tres caminos de los cuales, uno de ellos tenía dos bifurcaciones - .

Pues bien, dadas las explicaciones pertinentes, hay que decir que lo que no había en el pueblo era Iglesia, pero sí tenían a la Virgen, Patrona de todos los pueblos de alrededor incluido el que nos ocupa, por tanto la Romeria, próxima a celebrarse, se iniciaba en San Cogolludo y los vecinos del pueblo y aledaños partían desde allí.

- ¡Mucha importancia era esa!– pensaba Rufo mientras se dirigía aquella mañana al Ayuntamiento, sin olvidar la complicación y responsabilidad que entrañaba la celebración.

Todo había comenzado el día anterior, cuando Balbina, la telefonista del Ayuntamiento, comunicaba una llamada de la Capital en la que unos señores decían iban a venir a medir y hablar del “ambiente medio”, lo que en seguida se rectificó diciendo a Balbina que vendrían a tratar del “medio ambiente” : medir la contaminación del aire, del agua de los ríos, etc.

-¡Hay que poner más atención a lo que uno escucha! - , recriminó Rufo, aunque advirtió la insistencia de Balbina en haber oído bien.

La visita estaba anunciada para la semana entrante, después de la Romería.

Rufo llegó al Ayuntamiento donde le estaban esperando los vecinos encargados del evento próximo, más el Párroco de la Iglesia donde iba a ir la Virgen, don Carmelo, el cual fue el primero en hablar a Rufo, una vez instalados y acomodados en sus asientos:

-Bueno Rufo, opino que las velas deben mantenerse ¡qué sería una procesión de la Virgen sin cirios encendidos! -.

A Cosme, le faltó tiempo para decir: - Rufo, ahora hay otros medios para alumbrar a la Virgen, además evitamos el riesgo de incendio si se desprende alguna pavesa, a pesar de la tulipas.

- ¿Qué propones? – preguntó Rufo.
- Pues, velas de plástico con bombillas a pilas y su correspondiente tulipa.

El alboroto que se organizó al terminar de hablar Cosme fue de lo mas elocuente en su contra, claro está.

Rufo echó un vistazo a su alrededor y preguntó:

- Juana, ¿dónde está?-. Alguien contestó que no había podido venir o algo así.

Rufo llegó a su casa después del refrigerio de mediodía con los vecinos y no lo tenía tan claro: - Estos del “medio ambiente” ¿qué querrán?, de todas formas unos cirios encendidos no contaminan tanto, digo yo, y esta Juana ¿dónde se habrá metido? -.

María le esperaba para comer. Al verle preguntó: - ¿Qué, habéis sacado algo en limpio, o vamos a tener que ir a la Procesión con las manos en los bolsillos?.

- Todo se resolverá mujer – dijo Rufo.
- Y, la secretaria del Ayuntamiento, ¿qué opina? – le espetó Maria.
- Juana no estaba.
- Tienes que contar con ella para todo.
- Es la secretaria del Ayuntamiento, tú lo has dicho.
- Y, una antigua novia que, por cierto, te dejó.
- No me dejó. No se quería casar ni conmigo ni con nadie, tenía otras miras fuera de este pueblo y se marchó, lo sabes.
- Sí, y volvió con un hijo sin padre.

Rufo alzó la voz: - ¡ Maria todos los hijos tienen padre, aunque sean de frasco!, yo me he casado contigo, deja en paz ese asunto y a Juana, ella es la mejor preparada para ocupar el puesto.
Llegó el deseado día. La Romería se celebró como siempre. Todos contentos, pero con un cosquilleo de duda e inquietud sobre lo que resultaría de medir el dichoso “medio ambiente”.
A los dos días anunciaron su visita al pueblo los señores de la Capital.

En el Ayuntamiento los vecinos de siempre, Juana y Rufo. Hasta don Carmelo se acercó a ver qué pasaba, ya que había sido un poco protagonista y culpable del resultado de la decisión sobre la Romería.

Los señores de la Capital, trajeados y encorbatados, cada pelo colocado en su sitio, no parecía cabellera sino un casco pegado a la cabeza, sin hablar del “Auto” aparcado en la Plaza.

Empezó la conversación después de las presentaciones. Rufo se percató, según escuchaba, que estaban haciéndole una proposición disfrazada de permiso, para construir un “Centro de Ocio”, con discoteca, restaurante-bar, cafetería, quizás cine, alguna tienda, en fin todo lo que eso entrañaba, y se llamaría “Ambient-Enmedio”, en honor al pueblo ya que tenía una situación estratégica; bien comunicado por caminos que se mejorarían para el acceso de los coches, con pueblos a distancias cortas, y muy importante, ni poco ni mucho alejado de la Capital, para que los desplazamientos fuesen más cómodos.

Rufo se recostó totalmente en el respaldo del sillón. No se lo podía creer. Entre otras cosas, se dijo así mismo, que si él fuera la Virgen pillaría un cabreo colosal, después de la que se armó con los cirios y ahora una discoteca nada menos, aparte de todo lo anunciado.

Miró a Juana y ésta le sonreía. Ya sabía qué debía hacer sin ninguna duda.

Rufo estrechó la mano de los señores y sellaron el pacto. Dentro de unos días llamarían para empezar las gestiones de papeleo, mediciones y demás.

Una vez desalojado el Ayuntamiento, el Alcalde quedó solo. De cara a la ventana veía la explanada donde se construiría el Centro, las eras de Antón. Se metió las manos en los bolsillos del pantalón y reflexionó: - Ya era hora de que el estar en medio reporte algún beneficio, más puestos de trabajo, más riqueza para el pueblo y el “medio ambiente” … no se puede hacer todo, en esta vida hay que elegir. Además cuentan que Chicago empezó con cuatro casas y un fumadero de opio en medio, donde al entrar había que pagar una “prebenda” y llevar cada uno la mercancía a “consumir” – .

Así divagando, pensó en que la Secretaria del Ayuntamiento lo había aprobado, algo fundamental para él, como todo lo que venía de Juana, pero eso sólo lo sabían Rufo y Dios, si es que había.




Ma’j’erit

HOJAS


He oído por ahí que hay que hablar sobre las hojas, pero ¿de qué clase de hojas?. Serán las que azotadas por el viento y la lluvia en los peores días de Otoño, se ven desprendidas de sus raíces, de su árbol protector y, como una alfombra mustia, descolorida y crujiente van inundando el pavimento callejero, hasta que una de ellas se desplaza en solitario, coincidiendo con el paso de un transeúnte que, al pisarla, recibe su merecido resbalando hasta caer; o quizá sean las que se mantienen perennes aferradas a las ramas de su árbol, aunque un inesperado temporal, dominante y desconsiderado, desate sus elementos en esas noches en las que sale de “marcha” y el despliegue de su euforia hace temblar a todo un bosque. Se quejan semejando aullidos de lobos cautivos y sin poder defenderse de sus bandazos, esperan hasta que el propio vendaval se compadece de ellas y cambia de rumbo.

En las tardes cálidas de verano, cuando el Sol se despide de la jornada diaria, dejándonos admirar algo tan bello como su crepúsculo, si caminamos por los paseos arbolados manteniendo nuestro espíritu libre, percibimos un murmullo a modo de sinfonía orquestada por las hojas, al mecerse sosegadas con el compás de una tímida brisa, que las balancea entrelazando sus ramas unas con otras.

Se diría que el día ha transcurrido placentero. Esto nos infunde una sensación de calma interior, predisponiéndonos para alcanzar a sentir las emociones más peregrinas.

Veo los árboles con sus troncos recios, robustos algunos, altos y firmes otros, sus cortezas texturadas por la intemperie y el paso de los años, todos con sus ramas desnudas. No se sabría decir de qué especie se trata cada uno, si no fuera porque las hojas al nacer les proporcionan esa identidad que cualquier elemento de la Naturaleza necesita y, los árboles, aunque saben que las perderán en algún momento, el entusiasmo de recibirlas les mantiene en el tiempo.


HOMBRE Y POETA
Si pudiéramos dividir nuestra anatomía de acuerdo con los sentimientos y emociones, creencias, ideologías, gustos, pasiones, odios, certezas, alegrías, dolor, encontraríamos poco espacio libre para que habitara nuestro esqueleto orgánico.

Sin embargo, todos estos abstractos intangibles, son los que mantienen al hombre vivo.
Los versos de
Miguel Hernández nos llevan a descubrir al hombre identificado con su existencia, en cada momento de su vida.

Su voz revela, a través de utensilios sencillos del entorno, de paisajes cotidianos, de amistades frecuentadas en diferentes épocas, de un amor concentrado, cual perfume en esencia, una poesía espejo de los sentimientos feroces y liberadores de su ser interior.

Cuando escribió en un estilo clásico, entendió la necesidad, dando más tarde rienda suelta a un acento de rebeldía irrefrenable, ante los sucesos que acontecían y el dolor traspasador de las secuelas posteriores, con la cordura que da la certeza de la realidad mas penosa y desconsoladora por la que se atraviesa.

La obra de este Poeta singular, sencillo y libre, desgarrador en ocasiones, apasionado siempre, demuestra cómo, diciendo simplemente lo que sentía, pensaba, defendía, acusaba, amaba y sufría, ha podido permanecer inevitablemente INOLVIDABLE.

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